martes, 7 de marzo de 2017

DE LA MANO, A LA ESCUELA CON MI MADRE

DE LA MANO, A LA ESCUELA CON MI MADRE

No hace mucho que la lluvia había cesado, y las nubes de a poco se disipaba. Esta no era un día cualquiera, era un día muy especial. Un día en el que por primera vez tenía que enfrentarme a lo desconocido.
Apenar me despertaron no tuve tiempo para hacer flojera en la cama. Me sacaron soñoliento directo al lavatorio a lavar mi cara y mi pelo, y después; a la cocina a tomar desayuno junto a mis hermanos mayores.
En toda la semana en lo único que pensaba era en la escuela. Miraba algo idiotizado el libro de Coquito que ya me habían comprado junto con las crayolas como parte de mis útiles escolares. No sabía exactamente a que me iba enfrentar o con qué me encontraría en la escuela. Mi expectativa era mucho más grande que mi tamaño. En esas circunstancias no supe qué hacer: llorar, hacer berrinches o escaparme. Lo concreto es que, mi destino ya estaba escrito y no había evasivas que valga.
Mi madre evidentemente no quería que sea igual que ella. Quería para mí, una vida diferente, con oportunidades, y no como la de ella que estaba llena dificultades. Ella quería que yo supiera leer y escribir, y que fuera “algo en la vida”, tal vez policía, profesor o ingeniero.
-          Para analfabeta, suficiente yo, decía en quechua con frecuencia.
Mi madre, pertenece a ese enorme grupo de mujeres peruanas que no tuvieron la oportunidad de ir a la escuela debido a la mentalidad de una sociedad machista. También se debió a la indiferencia de una clase política elitista y clasista que solo obedecía interés de un entorno aristocrático.
Pero esa mañana me colgaron por sobre mi hombro un bolso de tela recompuesta. Este era de color azul y me llegaba hasta poco más debajo de las rodillas. No supe exactamente qué llevaba dentro, y así me llevó de la mano a la escuela de varones desde mi barrio Cheqocruz caminando por Lampa de oro. En ese trayecto no sentí el barro por mis botas de jebe, tampoco tuve frío a pesar de lo opaco de la mañana. No estaba seguro puntualmente a que me enfrentaba. Sin decir nada, me dejé llevar por todo el trayecto. En un principio de sonrisas para el cielo, pero después a una densa tristeza, hasta el punto de encontrarme llorando en la puerta de la escuela.
-          ¡Ama waqaychu! – me dijo –. Aquí, vas a aprender lo que yo no pude.
Le miré con mis ojos lacrimosos a mi madre y me aferré con fuerza a su pollera, en su reboza. Cuando uno es niño, no tiene razón del significado de las palabras. Obviamente continúe llorando y sin el deseo de querer entrar al interior de la escuela que a esa hora, ya había una infinidad de alumnos haciendo fila en el patio principal.
-       ¡Yaykuy, warmachallay! Volvió a decirme. Pero no había palabras ni gestos que cambien mis ánimos. Continúe berreando, aferrado, esta vez, a sus piernas. Es evidente que no tenía atrevimiento de cambiar mi vida. ¡Entra, mi pequeño Intrépido! Es lo que me dijo. ¡Qué halago, mamá! Ahora me doy cuenta que tú vales mucho en mi vida. ¿Cómo decirle "no" a ante semejante marrullería? Pero yo, tan cojudo, una vez más dije no. ¡Qué mala onda el niño! Sí, lo reconozco, mala onda ¡total!  Que levante la mano quién no lloró el primer día de clases. ¡No seas pendejo, Manaco! Yo te recuerdo siempre gordito y bastante llorón, todo el año de la mano con tu mamá derramando cantaros de agua por la avenida Perú.
Pero mi madre volvió a decirme cosas muy bonitas y alentadoras.
-         Ésta va ser tu escuela. Aquí aprenderás de todo, y tú; me enseñaras a leer y escribir… entra hijo, entra mi runtusapacha, mi papakusapacha…
Y yo, nunca tuve la certeza por qué lloraba. Probablemente me daba vergüenza hablar con los otros niños, o tal vez presentía que en adelante ya nunca más sería niño descarrilado, ya tendría mayores responsabilidades, por ejemplo la tareas que nunca más dejé de tener, ahora que soy padre y esposo, sigo teniendo responsabilidades. Por las dudas, tal vez solo por las dudas lloraba, quizás solo para hacer notar que era niño y no adulto y valiente como muchos pretendían.
Poco a poquito me fui soltado, después del primero, el segundo paso ya fue fácil. Siempre de la mano de mi madre entré por primera vez a la escuela de varones nro. 55005.
Desde luego que la infraestructura de la escuela era mucho más grande que mi pequeña casa de media agua. La escuela tenía un enorme patio en donde una infinidad de chicos hacían fila.  Cuando mi madre le preguntó a una de las profesoras le indicó a donde llevarme. Yo, ya había dejado de llorar, buscamos a donde estaban formados los nuevos alumnos de la escuela. En realidad, no hizo falta examinar mucho. A lo lejos se escuchaba otros llantos, griteríos y lloriqueos. No era el único llorón ni el único cobarde. Me agarré fuerte de las manos de mi mamá otra vez, y ella me contuvo. Y así, me entregó a las manos de la profesora que a la fecha, no recuerdo su rostro.
¿iman Sutin? Le preguntó por mi nombre
Alejandrum, mamitay – contestó mi madre.
Dime su nombre completo, pues doña –le dijo la profesora en un acento muy fuerte. Fue cuando empecé a tener miedo, y de manera espontanea me aferre mucho más fuerte a la pollera de mi mamá.
Alijandro Enciso Altamriano.
Inmediatamente después, la profesora giró su atención hacia una carpeta con papeles. Y yo, miré fijamente sus movimientos, en especial sus ojos que con sus pestañas iban avanzando de arriba hacia abajo con la lectura.
 No está– dijo la profesora, luego le miró a mi madre –. Aquí, según esta lista, tu hijo no está matriculado.
En un primer momento mi madre no dijo nada, luego respondió. 
Mi esposo dijo que ya le había matriculado –contestó ella en runa-simi –. Y me dijo que lo llevara a la escuela.
¿Dónde está el comprobante de matricula?
 No lo tengo.
Tienes que traerlo.
Vi a mi madre preocupada más de lo normal. Yo también empecé a inquietarme. Llevar ese mismo día el comprobante era imposible.
Tendría que ir hasta Kakiabamba, le dijo.
¿Kakiabamba? ¿vienes desde allá?
Arí, Allá vivimos, pero también tenemos una casita en Andahuaylas, cerca al parque Lampa de Oro, en el barrio Cheqocruz.
Mis padres, son naturales del barrio de Salinas que est´s poco más abajo de puca puca,  pero por esas cosas mágicas que la vida tiene, llegaron muy jóvenes a Kakiabamba después de unos años de permanencia en la ciudad de Lima montando caballos. Ellos como gente del campo son, siempre anhelaron tener sus propias tierras, y no dudaron un segundo cuando supieron la noticia que terrenos de la hacienda estaban en venta. Dichos terrenos eran aptos para la agricultura.. Nadie de su entorno familiar estuvo de acuerdo con que dejaran todo lo adquirido en la ciudad de Lima para encaminarse buscando el sueño de tener lotes de terreno. Esta parte de la historia de mis padres es una especie de La conquista del Oeste.  Lo compraron contra todos los pronósticos y de ese modo se establecieron en la comunidad a principios de la década del 60. Con el trabajo en la tierra, y con el negocio de compra y venta de animales domésticos, mis padres empezaron a costear dinero y alimentación para el estudio de sus hijos.
De acuerdo al calendario comunal, abril es tiempo de maíz y queso, deshierbe de trigo y cebada, y de escarbe de papa y demás tubérculos. Es decir, es época de mucho trabajo para alguien que se dedica a la agricultura. En esa época, mi padre siempre estaba en el campo atendiendo a los sembradíos.
Ir a Kakiabamba en aquella época era inaccesible en tiempos de lluvia. Los carros no entraban por el barro en la carretera. El viaje se hacía con caballos, y duraba por lo general un promedio de 8 horas de ida y otras 8 de vuelta. En esa circunstancia era imposible llevarle el comprobante de matrícula que exigía la profesora, pero mi madre siempre tuvo desarrollado la inteligencia social a pesar de su condición de iletrada. No se quedó con la respuesta de la docente, habló con el director, y este ordenó a sus colaboradores verificar las matriculas en el cuaderno principal, pero tampoco hallaron, ¿en dónde me había matriculado mi papá? Difícil saberlo en ese momento.
En la escuela de mujeres, imposible. En el INA, menos. En el colegio Juan Espinoza Medrano en el turno de la tarde, había probabilidades. Al no existir teléfono en esa época había dos alternativas para dar solución: viajar hasta Kakiabamba o ir de escuela en escuela hasta averiguar mi nombre entre los matriculados. Pero también se barajó la posibilidad de no tener matricula. Y yo, no quería quedarme sin estudiar. Comencé a llorar, esta vez, con justa razón.
-          No llores, niño – me dijo el director haciéndome mimos en la cabeza–. Tú, vas a estudiar aquí.
No le contesté. Solo me quedé mirándole que por la cantidad de lágrimas que brotaban de mis ojos tampoco recuerdo su rostro. Las palabras del director me habían dado alivio. Mi primer día de clases en la escuela, no estaba resultado como me las había imaginado. La idea de no poder estudiar me entristecía. ¿A quién responsabilizar por tamaño descuido? Evidentemente tenían mucho de culpa mis padres. Les faltó comunicación. “Ya está matriculado” no significa escuela de varones por ser varón, pero mi madre pensó de ese modo, y por eso; me llevó de la mano a la escuela de varones, en donde lamentablemente, no registraba ni la primera letra de mi nombre.
-          Mientras solucionamos el problema, estudiará aquí –le dijo a mi madre.
-         ¡Gracias, papay, y que dios te lo pague! Contestó siempre agradecida mi madre.
Entonces el director me llevó de la mano hasta el salón en donde me encontré con muchas sillas y muchas mesas, también con niños inconsolables que no querían desprenderse de sus padres. El director le explicó cuál era el problema, y luego; le dijo a mi madre que se fuera no más. Mi madre me dejó con la profesora que no era la misma de la formación.
Desde muy pequeño fui algo tímido, introvertido, poco social y con mucha vergüenza. Era un niño de pocas palabras. Esa mi característica me hacía sentir que todos me miraban solo por mis botas de jebe que llevaba puesto, por mi pantalón violín con pliegues, mi chompa de lana de color rojo y mi camisa verde a cuadros abotonados hasta los últimos ojales. Y como si mi vestimenta no eran motivos suficientes para las miradas, mi bolso de telas remachadas sí era muy llamativo: permanecía colgado desde mi hombro hasta poco más abajo de la rodilla.
Por estos motivos me sentía amilanado, tan solo con el deseo de que mi madre volviera lo más antes posible.  Esa mañana que era mi primer día de clases en la escuela, me quedé sentadito y calladito como huérfano abandonado. Quería volver a llorar, pero por más que lo intenté, ya no pude conseguir. Mis lágrimas se habían secado.
La profesora era una señora muy guapa, no recuerdo cómo se llamaba. Probablemente Rosa. Era muy buena conmigo, me dio los mejores juguetes para jugar, siempre me preguntaba si estaba bien o mal. Seguramente se apiadaba de mi situación.
A la hora del recreo, los otros niños sacaban sus comidas de unas hermosas y lujosas porta viandas. Papa fritas, huevos fritos, arroz… plátanos, manzanas, peras. ¡Qué rico! Y yo… ¿qué habrá hecho de comer mi madre? Con algo de temor saqué una pequeña envoltura de tela. Un mantel, que en runa simi significa suysuna. Mote con queso y un huevo sancochado. Eso había preparado. Comí con timidez.
A la hora de salida, mi tristeza cambió apenas vi el rostro de mi madre. Con mucha rapidez, agarré mi bolso y corrí donde ella. Luego, escuché que le decía al director que no había ninguna novedad.
-         Anda a averiguar al colegio Juan Espinoza – le sugirió el director también la maestra. Y mi madre prometió hacerlo. Y antes de despedirse, el director que más bien parecía gordo como Miguel Grau y con mucho baraba dijo:
-          Mañana puedes traerlo si quieres a tu hijo. Podemos inscribirlo aquí…
-          ¡Gracias, papay!
Regresamos a casa por el mismo camino bajo un calor intenso, y pasando El parque Lampa de oro, me encontré frente a una propiedad lleno de árboles frutales cuyas ramas salían a las afueras del cerco. Me aproximé cuidadosamente pisando cicutas y ortigas para alcanzar algunos tumbos que se mostraban apetitosas.
-         Yau, maqta! – gritó, y cuando voltee vi que venía una piedra que inevitablemente se estrelló en mi espalda. luego me preguntó indignada –. ¿Suwakuytachu Yachachirqayqui?
-         No, mamá – le contesté con mucho dolor. Nunca me has enseñado a robar…
Así como me había aproximado hacia la pared, salí de ella, pero con dolor en la espalda hacia el camino que tenía una subida bien pronunciada y  que, en ambos lados de la vía crecían atiborradas rosas silvestres, cabuyas y eucaliptos.
Cuando se es niño, impera la inconsciencia ¿preocuparme de qué? El problema de la matricula no era mi problema a resolver. Ni sabía exactamente qué es lo que estaba ocurriendo, pero cuando vi a mi madre, noté que ella caminaba inquietada, acelerada… y no era para menos, estaba en juego el futuro de su hijo. Ósea, de mí.
Y cuando llegamos a casa, no me dijo nada sino hasta después del almuerzo.
-          Prepárate, vamos a ir al colegio que está a la vuelta.
-          Qakuya… yo le contesté.
En horas de la tarde de nuevo me llevó al Colegio Juan Espinoza Medrano a indagar mi matricula. Bajamos por el cerro hasta las inmediaciones del estadio Municipal, después caminamos una cuadra por la avenida Perú. Ni bien llegamos tocó la puerta de la institución que permanecía atrancada. Del interior se oyó abrirse los trinquetes de la puerta con la bulla característica de un portón de metal, e inmediatamente después salió el portero que resultó ser hombre del barrio.
-          ¡Buenas tardes, Don Dávalos!
-         Buenas tardes, Doña Teresa –contestó el señor, luego se puso a disposición – Muy bien –. Dijo luego de escuchar el motivo de la visita – La dirección está antes de subir al segundo piso, pregunta por el profesor Miguel Pregunteguí, es el director.
Luego de eso, empezamos a caminar por el patio.
-         Pararamunqam – me dijo mi madre según avanzaba y miraba el cielo ponerse gris-.
Efectivamente, tanto Wayrapata y Waywaka habían cambiado de ánimos. Ya no se mostraban felices ni radiantes. Se habían llenado de nubes oscuras, cúmulos que no querían irse ni con el agresivo viento que azotaba la ciudad. Era mi primera vez en el interior del glorioso colegio. Y según recorría de la mano de mi madre, sentí recorrer por mis venas una sensación inexplicable, un sentimiento diferente. Ya me habían dicho, que el colegio Juan Espinoza Medrano irradiaba esa cosa que no se sabe exactamente qué es.  Podría ser amor, como también podría ser el espíritu de la buena enseñanza y el buen saber.
Cuando llegamos a la dirección, efectivamente nos atendió un señor de nimia estatura, algo fornido y pelo entrecano. Era el director.
Luego de escuchar los problemas que mi matricula había ocasionado a mi madre, el director le ordenó a la secretaria que buscará en la relación de los alumnos registrados.
-         ¡Aquí está! Dijo la señora con cierta algarabía después de haber encontrado mi nombre.
Muy bien, mamitay… tu hijo está matriculado en este colegio. Va estudiar con nosotros
-          ¡Ay, papay, papacito… entonces será así…!
-          Sí, tu hijo será un juaneco.
-          ¡Gracias, papay!

Y yo, solo me limité a observar cómo se definía mi futuro estudiantil. Ahora qué puedo decir… A diferencia de muchos niños, la historia de mi primer día en la escuela no fue tan bonita que digamos. Fue una aventura lleno de incertidumbre, y a la vez, agradable que vale la pena compartir. Todo lo demás, es historia conocida. Soy del JEM desde siempre, y si hubiera sido por mí, desde la cuna o desde el primer día… Sin embargo, nadie puede decir lo contrario. Soy juaneco gracias a mi padre, y también gracias a mi madre quien me levo de la mano, a la escuela a pesar de sus limitaciones.


No hay comentarios:

Poesía andina: Espíritu

Alejandro en Imágenes

éstas imagenes corresponden a mi actividades sociales y culurales realizadas en el años 2007.
El contenido del blogs es propiedad de Alejandro Enciso Altamirano. Ninguna parte de ésta publicación puede ser reproducida almacenada o transmitida en manera alguna ni por nungún medio, ya sea electronico, mecanico, optico, de grabación o de fotocopias sin el permiso o la mención de autor.

Teléfono: 005411-4988-0562 / celular: 15-6521-2072
e-mail.
enciso_altamirano@hotmail.com Bs. As - Argentina

Pronombres del runa-simi

MODO AFIRMATIVO
singular
-Ñuq’a.. kani... yo soy
-Q’an... Kanki..tu eres
-Pay … kan … ella/el es
-Kay … kan … esto es (neutro)

plural
-Ñuq’ayku…Kaniku… Nosotros
-Q’ankuna…Kankichi..Ustedes
-Paykuna…. Kanku…. Ellos/ellas
-Kaykuna….Kkanku… Estos/tas

Importante:
* El pronombre ÑUQ’A termina en vocal, entonces se le agrega el sufijo YKU.
* Cuando los pronombres terminan en una consonante se le agrega el sufijo KUNA

MODO NEGATIVO
-Ñuq’a mana kani
-Q’an manan Kanki-chu
-Pay manan kan
-Kay manan kan-chu
-Ñuq’ayku manan Kaniku-chu
-Q’ankun manan Kankichi-chu
-Paykuna maman Kanku-chu
-Kaykuna manan Kanku-chu

Importante:
*Cuando el pronombre termina en consonante el modo negativo es MAMAN, MANA cuando termina en vocal, pero con algunas exepciones. Además al sustantivo se le agrega el sufijo CHU.

Algunos ejemplos
-q'an manan kanki-chu (tu no eres)
-q'an manan kanki q'elqaq-chu (no eres escritor)
-Ñuq’a kani ductur / q'ampiq runa
-ñuq'a manan kani q'ampiq-chu
-paykuna maman kanku ductur-kuna-chu

Manuel Macchiavello

Discurso en el Salon Dorado

Peru llaqta