viernes, 20 de mayo de 2011

Luychu, el cordero amiguero

Enciso Altamirano.

Y sin que me diera cuenta el tiempo pasaba, así como agosto también llegó diciembre con sus fiestas costumbristas para dar pie a las vacaciones escolares. Siempre que veo a un grupo de chiquillos en el parque recuerdo los míos, esas imágenes van y vienen como zorzales al capulí.

En mi pueblo de aquel entonces no había muchas opciones para divertirse como los hay en la actualidad, a menos que dejáramos volar la imaginación, entonces descubríamos juegos interesantes como: choro medio mango mangotero, a los trompos con el uchucuta y a los rodaderos con troncos y hojas de cabuyas en la chacra de viejo hacendado.

Por un par de meses los muchachos del barrio teníamos para entretenernos. Enero y febrero eran meses sagrados para la vagancia. Con tal fin todo el año me esforzaba en el estudio para salir invicto, con buenas calificaciones. Siempre fui buen alumno, dieciocho en conducta y catorce en lenguaje, matemáticas por lo general era ponderado, pero ciencias naturales era problema, sino era por el bendito once, rezando llegaba al Dios que nunca conocí.

En fin, marzo tenía tranquilidad jodiendo hasta con los vientos que no tenían memorias. Cada año mis padres hacían planes para mí, ese año en particular, en 1982 no sería la excepción, semanas antes de la clausura me regaló una ovejita en reemplazo del recordado don Amanso que fue por más de ocho meses mi apreciado animal, mi becerrito de color negro, según crecía terminó buen semental, para mis padres una suma en billetes que falta hacía en casa, tuvieron que venderlo en la feria de los domingos, según ellos para comprar semillas de papa y provisiones alimenticias.

Ciertamente fue penoso, hasta entonces mi mayor tristeza. En esas circunstancias llegó al corral una oveja con su crío bien bonito, en realidad parecía de raza, era más bien chusco mejorado. A primera me encariñé y mi madre para recompensar lo de don Amanso me confió su crianza. Yo feliz de donde sea hasta el Alalay papta.

Avisé a mis amigos de mi nuevo animalito. Los muchachos se encariñaron de entrada al igual que yo. Este corderito era salvaje, nadie dudó en bautizarlo como Luychu, calificativo que en runa-simi quiere decir venado. Efectivamente Luychu era un corderito por demás indomable, llegó al corral siguiendo a su condenada madre, y que en pocos días quedaría huérfano, lloraría, tal vez por mucho tiempo.

En efecto, así como pasa el invierno, también la tristeza del corderito, pero el carácter huraño permaneció como una de sus características. A nadie permitió acercársele, corría como venado en todo el perímetro del corral, parecía, más bien era salvaje.

Mis padres reían a carcajadas las veces que en mi intento de poder atraparlo caía al suelo, frustrado, y sin motivo renegaba ¿acaso por impotencias? No recuerdo cuándo, tampoco me tomé la molestia de averiguar desde cuándo existe la feria de los domingos, pero tengo la certeza que como andahuaylino es mi herencia, al igual que los pinos en Waywaka. Domingo tras domingo la feria se agranda, es el lugar para vender y comprar. La borrega madre de Luychu conoció rápidamente su destino; lo vendieron por unas monedas de ganancia.

- Así es amigos - Mis padres eran negociantes, ganaderos, hicieron lo que debían, no hubo reclamos, sólo se escuchaba las quejas del corderito desde el corral. Huérfano este, finalmente acabamos haciendo amistad, muy buenos amigos.

En la actualidad algunas veces me he sentido solo, huérfano como aquel corderito tras a su madre, tal vez por ello narro esta historia para matar mis penas que la distancia me causa.

Con el correr de los días el animalito se acostumbró conmigo, algunas veces paseaba libremente hasta en la sala de mi casa, eso molestaba a mi padre, realmente le enojaba mucho más cuando compartía raciones de alfalfa con los cuyes en la cocina. Por algún tiempo fue divertido, después se volvió insoportable, con frecuencia la puerta que da con el corral permanecía cerrada, evitaba por todos los medios que mi papá lo viera, en más de una ocasión había prometido su carne en el asador.

Mi padre es hombre de palabra, en ningún momento ponía en tela de juicio sus promesas, eran pocas pero definitivas, por eso, nosotros los hijos le guardábamos respeto, también admiración.

Luychu casi nunca tenía soga el cuello, no era necesario, se había convertido manso, exageradamente obediente, entendía hasta su nombre, levantaba el cuello, sus ojos parpadeaban e iba a donde se le llamaba. Los vecinos reprendían a sus perros, se suponía eran los mejores amigos del hombre, obediente, pero Luychu contradecía esas teorías. No ladraba, pero coqueteaba con su frete, jugaba con todos los niños al si me jodes te corneo, mostraba su enojo, retrocedía, luego alzaba la cabeza, después de arañar el aire con sus dos patas delanteros, corría, correteaba a los que no respetaban su tranquilidad.

Mi hermano Machicha fue quien le enseñó a cornear, a ser malo, este hermano mío era inquieto, tenía cada ocurrencia, creo no era normal, era un pequeño diablo a pesar de ser mi mayor por seis años. Algunas veces pretendía ser carnero, babaleaba, comía pasto igual que Luychu, como si fuera poco lo enseñaba a cornear el mismo con su cabeza, nosotros, los más pequeños le teníamos respeto a mi hermano. Era nuestro maestro, el profe de las travesuras, pero en esta cuestión Luychu resultó el mejor, inclusive peligroso. Sus cachos que recién comenzaban a endurecerse ya lastimaba. Ninguno en mi familia imaginó que esos cuernos serían los causantes para su trágico final.

Aquel verano de 1982 empezaba escucharse las escapadas voces de Sendero Luminoso, pero la rabia de la gente en la puerta del Estanquillo Municipal se había instalado desde hace mucho. Las escenas de un lunes a viernes eran repetitivas, filas interminables para conseguir alimentos no perecederos, las colas alrededor del estanquillo Municipal era como una postal repetida y devaluada, y que por fortuna nadie lo deseaba. Se esperaba con ansias un cambio político.

En aquellos años niños y mujeres amanecían en las inmediaciones de esa malgastada puerta, (ahora abandonada) soportando las insolencias del frío. De hecho, no hay frío peor que el de los andes en las madrugadas. En esas y con esas condiciones íbamos muy de madrugada, todavía de noche a guardar lugar para obtener una ración, pobres y medios pobres, sin diferencias. Pero sin caer a cuestiones políticas a mi modo de ver en todas partes hubo y habrá la diferencia social, la diferencia de las clases, pobres y ricos, también estaba insolentemente instalado en Andahuaylas.

Circunstancias aquellas maltrataba a mi indefenso y delicado cuerpecito. Me congelaba de frío hasta el punto de sentir adormecidas mis pies. Tiritaba como tambor malogrado. Desde la segunda cuadra de la avenida Andahuaylas hasta inmediaciones del jirón Trecierra esperábamos con tiempo al tiempo para conseguir dos mezquinos kilos de azúcar, fideos o arroz por persona.

En mi familia estos alimentos los productos comprados eran meramente complementarios al valor nutritivo que facilitaban nuestras tierras. No sé a ustedes pero a mí me resulta desagradable un desayuno sin azúcar, particularmente yo terminé hastiado de tanto trigo, papa, maíz y sus derivados naturales. Con lo cual no quiere decir son malos alimentos, sus propiedades naturales son los recomendables para cualquier mesa familiar.

Según mis cálculos, este año se cumple 30 años de la primera gesta armamentista de Sendero Luminoso en mi pueblito llamado Andahuaylas. Me comentan que ahora se ha convertido en una ciudad pequeña. No me entusiasma hablar sobre el tema. Es más, el recuerdo me provoca ciertas amarguras, creo las cuentas no quedaron pagadas. Ndie podrá borrar lo horroroso en mis recuerdos, muertes sin sentidos, y apiladas en la Morgue Municipal.

Cuando chico, yo miraba toda esa criminalidad. En partes Luychu es responsable al igual que mis dos mulas que por nombre llevaban La gringa y La Justina. Le contaré la historia, pastoreaba en los pastizales del hospital, cerca de la morgue

- ¡qué horror!

Quiero olvidarlos, pero no puedo, observaba amontonados de cuerpos sin vidas, en su mayoría campesinos, inocentes y desprotegidos. Esas imágenes me atormentan, algunas veces tengo pesadillas. Algunas veces la morgue estaba vigilada por uniformados, esto significaba eran cadáveres o bien de militares o de senderistas. Tarde o temprano se sabía. Lo innegable es que eran peruanos que estaban matándose entre, lo peor, defendiendo intereses de de terceros. De aquellas vivencias solamente queda cenizas, Uchpa para recordar y recobrar grandezas con melodías de waqrapuku, una esperanza a un mundo mejor cuando llegue la Alborada.

Pero todavía me lastima al corazón cada repaso, cada imagen, y cada lágrima de la gente del pueblo, específicamente si recuerdo a mi pueblo adoptivo llamado Kakiabamba de donde es el corderito que empezaba a ser mi buen compañero.

Luychu, mi borrego de pequeños cuernos y de lana blanca fue la alegría en mis diez años, me hizo reír también llorar, cuando me hallaba desprevenido me arremetía un golpe seco por la espalda, normalmente me dejaba con lágrimas en los ojos, y no lo decía ni a mis padres, ni a mis hermanos, me los guardaba por temor a que lo guillotinasen para consumo de cualquiera. Pero esos cuernos, aún me duele la espalda como el recuerdo que nunca volveré a hallarla, ó como el dolor de los heraldos negros de César Vallejo, eran tan fuertes y yo sé…

Si ese corderito hablara, también revelaría mis secretos, mis travesuras, mis descuidos y mis desaires. Como dije antes, mi única misión en aquel verano era de vigilarlo, porque constituía mi esperanza para comprar mis utilices escolares y proseguir estudios de quinto grado.

Yo creo todos los chicos por naturaleza existimos por existir, algunas veces desobedientes, yo violé mi ley primera, por jugar a los tiros con mis amigos del barrio tomé una soga y lo até a Luychu a una retamas en la chacra de la vieja hacendada. Lo único que me importaba era divertirme, pasar el día de la mejor manera, dar de comer a los cuyes, y al cordero.

Ser algo en la vida es la cuestión que siempre cuestionó a mi humilde familia, pero, ¿qué es ser algo en la vida? después de tantos años buscando respuestas llego a la conclusión de infelicidad. Muchos jóvenes resultan ser la esperanza de sus padres, ser lo que ellos no pudieron ser. Esto, algunas veces se confunde con un título universitario, cualquier cosa da lo mismo con tal de conseguirlo. Al final resultan profesionales mediocres, mucho menos que cualquier hombre de la calle. Un titulo no hace a un hombre, no concede un status en la sociedad. A mi modo de ver, ser algo en la vida es ser uno mismo, viviendo la vida de acuerdo a sus principios, y si acaso hay la posibilidad de proseguir los estudios, hacerlo con la firme convicción de aprender sin perder la esencia de ser racional. Eso es ser algo en la vida. Ser útil a los demás y no valerse de los demás como lo hacen muchos, ostentándose increíblemente de un título universitario.

Volviendo al tema de Luychu, todo el tiempo supe de las chacras prohibidas para el pastoreo, pero por un acto de inconsciencia y descuido olvidé las advertencias de artos vecinos que conocían las reprimendas de la dueña carcamal. Doña Donatila se llamaba, con frecuencia se comportaba malvada, con látigo en mano mandaba a su capataz don Alejandro para amedrentarnos, amenazaba con llevarnos al encierro, con frecuencia repetía que éramos vagos, y el destino que nos iba al encuentro era cualquiera menos buena vida. Y yo, con 10 años qué sabía de buena vida. Para mí, todo lo que me hacía bien, era bueno. Jugar día tras días, por ejemplo. A esa edad no me preocupaban las amenazas, los insultos ni los malos presagios, tenía una vida entera para enderezarme si acaso era necesario. Al diablo a las necias palabras de la vieja hacendada y su capataz. Para ser honesto al viejo Alejandro muchos le tenían entre ceja y ceja.

La casa de la vieja hacendada, era concurrida por gente pobre, casi siempre por el mismo tema: reclamando sus derechos. Era costumbre ser ventajera, actitud propia de los gamonales, de los hacendado, primero ellos, después ellos, y finalmente ellos. Por aquellos años, después de la reforma agraria, la vieja hacendada empezó a vender sus terrenos. Los compradores habitualmente resultaban estafados, con la ayuda de sus abogados habitualmente engullía a los pobres campesinos que soñaban con lotes cerca a la ciudad.

Si acaso existe el infierno, debería de vivir allí –. Decía

Mi barrio que de nombre lleva Vista Alegre, aflora en los terrenos de la viaja. Ella hacía lo que quería. Nadie podía hacer nada, por años nadie hizo nada. Eso me provocaba impotencias. ¡Cuando sea grande¡ – prometía en vano, y sí, fue en vano porque ahora que soy grande, me dicen que ya murió.

El punto es que una vez descuidé a Luychu, después de ponerlo una soga al cuello y atar con varios nudos a una planta de flores amarillentas en los terrenos de la vieja. Sin imaginar nada adverso me fui a jugar detrás del colegio. Sí, allí, en el cerro. Quizás al trompo, al dañis o a los ñocos. El hecho es que cuando retorné ya no estaba mi corderito en su lugar, miré a todas partes, corrí de un lado a otro, desesperado ¿qué ha pasado? –Me pregunté – ¿Quién me lo robó? ¿A dónde lo llevaron?

A priori pensé que estaría en el calabozo de la municipalidad, fuimos corriendo, no estaba allá.

El calabozo para animales de la municipalidad estaba en la esquina de la Av. Martinelli y Alfonso Ugarte. De ese lugar era imposible rescatarlo, las multas generalmente eran muy elevadas. La vieja ponía cargos por daños inexistentes. Frente a estos atropellos, algunos campesinos optaban en renunciar a sus animalitos, preferían tenerlos retorcidos de hambre y sed que pagar cifras inalcanzables.

Después supe que no había otra alternativa más que el corral de la veterana, corría detrás de la incertidumbre con lágrimas mojando mi rostro. La gente en la calle no sabía mi dolor. El simple hecho de imaginarla enojada a mi hermana me aterraba, era mejor rescatarla de donde sea, si era preciso prometiendo mi alma al diablo. Para el colmo, tampoco tenía las formas para acceder a dichos tratos.

Así como llegamos al Calabozo Municipal también lo hicimos de nuevo a donde había amarrado a Luychu. Eran poco menos de media tarde, desde hace más tres horas buscábamos al cordero. Era imposible que nadie lo viera, dicho y hecho doña Laura nos confirmó el paradero.

Fue don Alejandro – dijo la mujer – En ningún momento se resistió, desató y se lo llevó a su corral.

Luego corrimos sin detenernos hasta las inmediaciones de la casa hacienda ubicada en el cerro, al del Huayrapata. En la última curva de la carretera encontramos una tranca que impedía el paso a hombres y animales con una advertencia escrita y gráfica: propiedad privada, prohibido el ingreso. Notablemente acompañada por un grabado de una carabina. Estábamos jugados, a esas alturas ya no importaba nada, ni los dos enormes perros que guardaban celosamente la puerta. En el menor suceso ladraban escandalosamente. Esos caninos estaban entrenados para ser cascarrabias y tremendos buchones. Al mismo tiempo el cuento de que la vieja tenía escopeta hacia de que aumente la adrenalina. En su territorio ella era la poderosa. Las leyes usualmente no le alcanzaban. La vieja tenía todo el poder del pueblo en sus manos, era una espacie de gobernadora, una verdadera tirana. En esas condiciones pensar violar la propiedad era como un acto de suicidio, nunca antes había imaginado organizar una maniobra de rescate. El problema ya estaba instalada, si acaso regresaba a mi casa sin mi Luychu, no iba a tener una bienvenida con mimos y cariños, presisamente. Mi hermana Olimpia era quien me tutoraba en ausencia de mis padres. Sus enojos prácticamente me amilanaban, me enterraría vivo con sus regaños y porras. En verdad, prefería mil veces no causarle enojos. No importa a qué hora, aunque sea con el sol despidiéndose de la tierra. A todo esto, yo era el único responsable. En partes, también mis amigos por haber compartido el pedazo de la diversión, y como tal, tenían y sentían que tenían que ayudarme.

Ya sabíamos que estaba en el corral de la viaja. La pregunta era en qué parte. Muchos conocíamos esa residencia, algunas veces como peones íbamos a su huerta a limpiar malezas a cambio de manzanas y peras. Dos eran los lugares para los animales, la primera en el patio que era una especie de corral abierto, protegido solamente con espinos y troncos, en apariencia era algo vulnerable, el problema, el único problema en dicho lugar caminaban sueltos los perros. Como dije, eran perros hartamente susceptibles, sensibles. Cuando ladraban los dueños salían sin vacilar directamente con la intención de aniquilar a quien sea,

Sigilosamente por entre los cultivos de maíz llegamos hasta el patio, los espinos de contención nos servían para camuflarnos, no había nada, nadie, ni los perros. Mi preocupación fue más grande al no ver a Luycho, por un momento reinó la incertidumbre, llegué a pensar lo peor… degollado. Los dije a mis amigos que eran cinco:. Atancha, Cesarcha, Leonidascha, Miguelcha Quijano y Santuscha Mesares.Volvimos de nuevo a la curva para tomar la otra ruta que nos llevaría al segundo corral ubicado detrás de la cocina. La casa hacienda estaba rodeada de sembradíos de maíz, y tupidas plantaciones de cipreses. Por si fuera poco protegida por un metro de pirca y sobre esos, alambrados con púas de metal. Era evidente que Luychu estaría allí. Resultaría casi imposible sacarlo. De cualquier modo llegamos a la pirca. Los seis comenzamos a buscarlo, nos repartimos responsabilidades. Santuscha Mesares sería encargado de vigilar la primera esquina y la segunda lo haría perfectamente Muguelcha Quijano, mientras Leonidascha con Césarcha se encargarían de vigilar a los perros por si las dudas. Estos dos warmas eran hábiles, tenían velocidad, y si se trataba de correr lo ganarían a los perros sin derrochar inconvenientes. Yo con Atancha decidimos entrar al corral, pero antes estudiamos la propiedad, trepamos primero la pirca. Afortunadamente y para el alivio de mi corazón, Luychu estaba allí amarrado en una estaca. Al verme se alegró, también nosotros, no corrí a su encuentro, fui más cauto, caminé de puntillas hasta llegar a su cabeza, lo desaté, confiaba mucho en su aprendizaje, debía seguirme por dónde y a dónde yo iba. Para no alarmar a los perros caminamos lentamente hasta la pared. El problema era cómo salir de ése corral. Sinceramente no tenía idea, ninguna idea. Sudábamos de miedo. De nada valía tener a Luychu suelto, seguía atrapado en el corral, esta vez conmigo y mi amigo. Como dicen dos es compañía, tres es multitud, Atancha pensó mejor que yo, regresó hasta la estaca, desató la soga, luego amarró al cordero a partir de la panza, después aventó la otra punta al otro lado del corral, comenzaron a jalar los otros chicos y nosotros, empujamos. La idea era subirlo como sea hasta la pirca y sacarlo de un brinco. Afortunadamente el cordero se dejó hacer de todo, no se quejaba. Santuscha Mesares es, pues, hijo de Cocairo, astuto como el mismo zorro, había arrancado una parte del alambrado que facilitó la salida. Una vez sobre la pendiente fue fácil bajarlo. De hecho, la salida fue menos dificultosa que la entrada. Atancha era corpulento, me cargó a su hombro y fácilmente llegué a subir la pared. En tanto, con la ayuda de Miguelcha alcanzamos la mano de Atancha y lo jalamos hasta encontrarnos libres, todos.

No sé en qué momento el viejo Alejandro se dió cuenta de la desaparición del cordero. Nunca me enteré. Seguramente pensó en la vulnerabilidad de sus cercos. Pero esa tarde no bien lo tuvimos con nosotros, corrimos como espantado. Nadie adivinaría la alegría que nos ocasionó el tener sano y salvo a nuestro amigo; al cordero Lycho.

Desde aquella mala experiencia nunca más lo llevamos a los terrenos de la vieja hacendada, comenzamos a explorar otros lugares, Chuspi era buena opción, había capulines y duraznos, además buenos herbajes para que el cordero crezca sano y salvo.

Nadie puede imaginar de qué manera terminó la vida de ese bello cordero que prontamente creció fuerte. Cuando era pequeño mi hermano Marcial le enseñaba a cornear. Ése mal habito según crecía se tornaba violento, peligroso. Ocurre que una vez yo le saqué del corral temprano a pastar hacia la carretera. Luycho comía mansamente en un rinconcito mientras yo me calentaba con el sol en una pendiente que daba directamente hacia las chacras de Don Emilio Mallma. En ese instante me hallaba sólo, de espaldas al carnero y esperando a Atancha que pronto llegaría hacerme compañía. Miraba desprevenido hacia la carretera principal de la avenida Perú, en ese momento juro no me di cuenta, tampoco recuerdo cómo sucedió, sentí un fuerte impacto en la espalda que me llevó volando por lejos hacía abajo, cerca a los maizales del vecino, prácticamente quedé inconsciente, casi muerto, mucho pensaron que era mi trágico final, mi amigo Atancha que recién salía de su casa contó a mis padres lo sucedido. Por horas mi madre lloró mi mala suerte. En verdad, no esperaba ser agredido por mi mejor amigo.

Desde luego que mis padres no dudaron en darle final, lo degollaron. Cuando desperté de mi inconsciencia, mi madre se alegró machismo, me abrazó fuertemente que hasta hoy lo recuerdo tiernamente. No entendía por qué, lo cierto es que festejaba mi retorno a la vida después de horas de un día completo de inconsciencia. Algunos amigos fueron a visitarme con sus caritas entristecidos, nadie mencionaba lo ocurrido, juro yo pensé cualquiera menos un golpe de cuerno que por poco me manda a la otra vida.

El silencio y la complicidad de mis amigos no eran claros, escondían algo grave, y no era para menos. La mayor parte de su anatomía lo vendió ese mismo día tal como estaba previsto, y la otra parte lo destinaron para consumo familiar, y sin imaginar comí un rico caldo para recuperar mis fuerzas. Si era lo justo, no lo sé, lo único que a estas alturas de mi vida recuerdo es que fue mi mejor amigo en aquellas vacaciones de 1982. Y gracias a su carne me compararon mis útiles escolares para proseguir mis estudios, tal vez para que hoy les pueda contar con toda disposición y facilidad que me da el hecho de haber aprendido a escribir y describir mis vivencias de antaño con el seudónimo de Alejandro de Andahuaylas.

1 comentario:

Cebrián Hilda dijo...

Que historia!, me ha hecho reir bastante porque se acostumbra poner nombre de un animal a otro animalito.
Luychu al cordero, tigre al perro, oso al gato.Por otra parte ví como una película tus vivencias y me he sentido muy identificada sobre todo con los sucesos de 1982.
Esperaba terminar de leer muy rápido el final para saber sobre el destino de Luychu, era como me lo imaginé.te lo comiste nomás.
Exelente tu narración.te felicito!! Alejandro de Andahuaylas.

Poesía andina: Espíritu

Alejandro en Imágenes

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Pronombres del runa-simi

MODO AFIRMATIVO
singular
-Ñuq’a.. kani... yo soy
-Q’an... Kanki..tu eres
-Pay … kan … ella/el es
-Kay … kan … esto es (neutro)

plural
-Ñuq’ayku…Kaniku… Nosotros
-Q’ankuna…Kankichi..Ustedes
-Paykuna…. Kanku…. Ellos/ellas
-Kaykuna….Kkanku… Estos/tas

Importante:
* El pronombre ÑUQ’A termina en vocal, entonces se le agrega el sufijo YKU.
* Cuando los pronombres terminan en una consonante se le agrega el sufijo KUNA

MODO NEGATIVO
-Ñuq’a mana kani
-Q’an manan Kanki-chu
-Pay manan kan
-Kay manan kan-chu
-Ñuq’ayku manan Kaniku-chu
-Q’ankun manan Kankichi-chu
-Paykuna maman Kanku-chu
-Kaykuna manan Kanku-chu

Importante:
*Cuando el pronombre termina en consonante el modo negativo es MAMAN, MANA cuando termina en vocal, pero con algunas exepciones. Además al sustantivo se le agrega el sufijo CHU.

Algunos ejemplos
-q'an manan kanki-chu (tu no eres)
-q'an manan kanki q'elqaq-chu (no eres escritor)
-Ñuq’a kani ductur / q'ampiq runa
-ñuq'a manan kani q'ampiq-chu
-paykuna maman kanku ductur-kuna-chu

Manuel Macchiavello

Discurso en el Salon Dorado

Peru llaqta