lunes, 23 de junio de 2008

Alejandro de Andahuaylas, una voz profunda de nuestra América originaria

entrevista realizada por Ileana Gavinoser


Cuéntanos tu historia, todo lo que atañe a tu vida artística y personal.
Mi vida es una curiosidad. Yo soy peruano de nacimiento, andahuaylino, y por mas que mis apellidos digan lo contrario, mi rostro es la evidencia de mi descendencia milenaria. Por procedencia pertenezco a la cultura Chanka. Es decir: soy parte de la cultura andina.
Digo que mi vida es una curiosidad porque viví todas las formas de vida que se pueden imaginar: la pobreza, la riqueza, la ignorancia, la sapiencia, la vergüenza y el orgullo de ser lo que uno es.
La grandeza de mis antepasados es mi orgullo sin lugar a dudas, la ignorancia de mis padres, mi riqueza. Nunca me avergonzare en decir que soy hijo de una madre analfabeta y un padre agricultor, porque ellos representan al verdadero Perú, a ese lado del Perú que muchos peruanos miran de reojo y prefieren ignorarlo.
Yo me crié en el campo, entre vacas y ovejas, cosechando y escarbando la tierra tal como lo hacían mis ancestros.
Lo cierto es que recién en la escuela aprendí a hablar en idioma español. Por cierto, tuve dificultades, me valieron muchas humillaciones, las burlas de mis compañeritos fueron constantes, mi acento motoso les generaba risas y carcajadas. Y así, pasaron los años. Ahora, de grande veo que la mentalidad de la sociedad en nada ha cambiado. Continúan maltratándose, lastimándose y lo peor, avergonzándose de lo que son o de lo que fueron.
Con respecto a mi vida artística surgió de manera casual, la necesidad de mostrar y difundir mis escritos me llevaron a aprender el arte de la declamación. No quería que mis trabajos pasen inadvertidos. Y así, con mucha vergüenza me subí al escenario hace 5 años. Ahora, puedo decir que gracias lo que hago, mis trabajos publicados llegan a los ojos y los oídos de los que aborrecen y aman a la cultura andina, desde luego mis escritos tienen el sentimiento runa-simi o quechua.

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viernes, 20 de junio de 2008

Confesiones: El barro y la luz

Yo he nacido en Andahuaylas, en el viejo hospital en el que hoy funciona la DISAA A días de haber nacido me llevaron a la comunidad de Kakiabamba en donde me crié escarbando y cosechando la tierra. Mis padres son runa-simi parlantes por lo que mi primera palabra “mamá” fue modulada en mi lengua originaria. Afortunadamente en mi familia todos hablamos el runa-simi, del mas grande hasta el menor, inclusive mi hermana que padece el Síndrome de Down.

Aunque algunos de mis hermanos, como muchos en el Perú pretenden ignorarlo. Una lastima que mis sobrinos se educan con la mentalidad de que el Runa-simi es denigrante, de cholos y prefieren aprender ingles que hablar con mis padres. ¿Quienes tienen la culpa? Pues,la sociedad entera por permitir en sus hogares lo impersonal que ofrece la globalización.

Pero yo estoy agradecido a la vida, a Dios y a mis progenitores por haberme criado en el campo, con los campesinos. De ellos he aprendido bastante durante mi infancia. La honestidad por sobre todas las cosas.

Recuerdo que siempre fui curioso, meticuloso, algunas veces travieso y algo llorón, todavía lo sigo siendo. Nadie mejor que una madre para definir a un hijo. Según ella; soy débil pero, de corazón noble.

-Bueno, bueno. Es mi madre, pues.

Lo cierto es que a pesar de los años no he podido cambiar mi personalidad. Mi madre tenía razón: sigo siendo débil. Eso creo.

Considero que la mejor etapa de mi vida fue durante mi infancia, en el campo, en Kakiambamba y con la gente campesina. No tengo espinas ni vergüenza para contar esta parte de mi vida. Al igual que muchos de mi pueblo también fui pastor, agricultor, negociante y ganadero como mi padre.

Recuerdo que pasaba días enteros tras las ovejas y vacas en los cerros de Marco pata, Anyanusu; Pikipata, Aysaywayna. Ser pastor no es como imagina la gente de la ciudad. Requiere por sobre todo de responsabilidad. Desde chiquito me enseñaron a ser cumplidor. Por eso mi mamá me quería a su lado.

Cuando ya tuve la edad suficiente como para trabajar la tierra, mi padre se encargó de mí. Me regaló una lampa como para mi tamaño. También un pico pequeño que más bien parecía a un juguete. Confieso que mis primeras veces de labrador fue una tortura, siempre terminaba con las manos lastimadas. Me ardían hasta los dientes, el dolor me hacía sufrir, mucho mas cuando intentaba cauterizarla con orina. Lloraba de dolor. Y que nadie me diga que yo ya no soy cholo, sino cholito. Al diablo con todos. El diminutivo si que me molestan. Me saca de quicios.

Con frecuencia terminaba el día cansado, me dormía con mi pequeño cuerpo adolorido sobre pellejos de oveja que era mi cama. Así fue que me crié, en el campo con la gente campesina y runa-simi hablante, aprendiendo a vivir la vida de esta vida.
A la edad escolar me llevaron a Andahuaylas; a la ciudad donde había nacido. Un mes antes mi padre me matriculó en el colegio Juan Espinoza Medrano para estudiar en el turno de la tarde. Pero mi madre al no saber leer y ni escribir me llevó a otro centro educativo guiado por intuición que por conocimiento.

-¡Pobre mi madre!

Ella me llevo de la mano para que yo, al igual que mis hermanos tuviera lo que ella no tuvo, una ecuación. Lo recuerdo nítidamente. Aquella mañana me dejo en la puerta de la escuela de varones de la Av. Martinelli y me dijo:

-Sumaqcha q’ari warmacha, runtusapachay.

Era su forma de alentarme, de quererme, de engreírme. Después de eso entré a la escuela, al patio. Calladito. Era tímido, todavía sigo siéndolo. Seguramente miré a los de mi tamaño. Fui donde ellos con mi “usutita”. Todavía sin uniforme, recién me iban a comprar. Y bueno, en su momento protesté, lloré bastante antes de salir de mi casa.

En esa escuela estuve una semana como alumno anónimo. Sí, a ninguna sala pertenecía. No figuraba mi nombre en la lista. ¡Pobre niño! Sentían lástima de mí. Y yo. Calladito, por lo general con los hombros encogido me limitaba a mirarlos. Ciertamente no entendía lo que estaba pasando. Así que volvía día tras día, obedeciendo la orden de mi analfabeta madre. Hasta que el director de dicho centro educativo descubrió el error. Sin darme una explicación me trasladó al colegio Juan Espinoza Medrano del turno de la tarde que sería mi centro de aprendizaje durante los siguientes trece años. Digo trece porque ese primer año, no logré aprobar. Aquel primer año muchas veces quise olvidarlo. Pero ahora me doy cuenta de las falencias educativas en el Perú. En realidad la culpa lo tuvo el sistema educativo. Pero yo, sí pude vencer la maldita adversidad.

La humillación y la burla de mis compañeritos siempre fueron hirientes. Todo el tiempo me repetían mi condición de ser hijo de campesinos. Reían de mí al escuchar mi forma de modular el idioma que no era el mío. Nadie, ni mis padres imaginaron que 25 años mas tarde en mi haber tuviera tres libros publicados, otros tres esperando su turno para ser editados y cuatro proyectos a medio avanzar.

Caramba, qué recuerdos. Mi infancia, en sus dos etapas representa mi verdadera identidad. Es mi historia. Pretender olvidarlo sería como negar a mis padres. Ellos merecen que lo recuerde tal como siempre fueron, campesinos. Es de la única forma que la sociedad registre la grandeza de mis padres.

Para facilitar mi educación y el de mis hermanos, mis padres compraron un terreno con una casita provisoria cerca al colegio Juan Espinoza Medrano. En aquellos años, afines de los setenta, mi nueva vida en mi nuevo barrio no fue mejor ni peor a los de mi Kakiabamba añorado. Era diferente. Pero en tiempos de lluvia era parecido... Al no estar las calles pavimentadas, en mi barrio abundaba el barro horrorosamente.
Por muchos años en el barrio en el que vivía fue ignorado por todos los gobiernos municipales. A pesar de estar a unos pasos de la vía principal, toda mi infancia y parte de mi niñez no nos permitieron acceder a la luz eléctrica ni al desagüe. En las noches nos alumbrábamos y estudiábamos con mecheros, y cuando teníamos necesidades íbamos a las chacras de “la vieja hacendada”

-¡Qué horror para la vieja! La vieja se llamaba Donatila, Era mala como la mayoría
de su clase social. Ni modo, te trataba de sobrevivir en mi nuevo barrio que era marginal.

Anteriormente mi arrabal era conocido por el nombre de Cheq’o cruz. A los pocos que lo habitaban no les gustaba. Decían que era horrible, por lo que decidieron cambiarlo de nombre, por el de “Vista alegre”. Según ellos era más acorde, más bonito. Tal vez hicieron bien en cambiarlo. Pero si ahora me preguntaran al respecto, contestaría: me gustaba más su nombre en runa-simi. Yo hubiera preferido “Cheq’o pata”, por su toponimia y su estratégica ubicaron.
En aquellos años, afines de los setenta, eran pocos los que lo poblaban. Uno, dos, tres... doce familias con los Atao. Felizmente había chicos casi de mi edad. Jonatan, Cesar y El mimi eran mis mayores por dos años conocidos como los “Tricicleros”. Contemporáneos míos eran solamente las chicas: Ruta y la Rosita Vivanco, también mis primitas que vivían con mi abuela.

Me tenía que aliar a la banda de los “triciclereos”. Tricicleros porque todo el tiempo jugaban empujando y manejando un triciclo viejo que pertenecía exclusivamente a Jonatan, Atancha para los amigos. Ellos de alguna manera me enseñaron hablar el español pero, de manera inapropiada: con jergas y malas palabras (si existirán malas palabras).

Años más tarde llegaron al barrio nuevos vecinos: Los Quijano, los Mezares, los Huamán, Leonidas y Bernacucha Oscco. También la Yanetcha Mondalgo con su hermana Selmiracha.

-¡Qué años maravillosos, caramba!

Todo era divertido en ese barrio atrasado con respecto a los otros. El parque Lampa de oro, era un lujo. Muchas veces los vecinos no permitan otros niños de otros lares jugaran. Decían que hacíamos bulla. Sin embargo, sus hijos hacían de las suyas. Ellos, si tenían licencia. Sus hijos, en su mayoria pertenecìan a un grupo llamado Los Vikingos, eran conocidos por ser rokeros, pandilleros. Escuchaban Iron Maden, Metalica, ¡caramba, qué buena música! jejeje Por eso mismo yo quería ser Vikingo como ellos; como el Nayucha o los hijos del Turco Adaudba, por ejemplo. Seguramente no llegué a ser por carecer de muchos elementos, por mencionar: ropa negra y casacas de vaquero. Resigné ser un “usutero” pero con orgullo. Más tarde, con el tiempo seria mi vanidad. A pesar de mi pobreza resultó que tenía muchas riquezas. No era para menos ser descendiente de los valeros hombres que
hicieron grande a mi pueblo. Los chankas.

Qué más puedo decir de mi infancia. Entre el barro y la luz seguramente hay mucho más por escribir, pero por lo pronto es suficiente. Son las tres de la mañana y tengo sueño. Antes del punto final me despido con una reflexión.
“No permitamos que la vergüenza nos aleje de nuestro verdadero ser. Acerquemos a nuestra historia personal como una forma de resistencia”

Poesía andina: Espíritu

Alejandro en Imágenes

éstas imagenes corresponden a mi actividades sociales y culurales realizadas en el años 2007.
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Pronombres del runa-simi

MODO AFIRMATIVO
singular
-Ñuq’a.. kani... yo soy
-Q’an... Kanki..tu eres
-Pay … kan … ella/el es
-Kay … kan … esto es (neutro)

plural
-Ñuq’ayku…Kaniku… Nosotros
-Q’ankuna…Kankichi..Ustedes
-Paykuna…. Kanku…. Ellos/ellas
-Kaykuna….Kkanku… Estos/tas

Importante:
* El pronombre ÑUQ’A termina en vocal, entonces se le agrega el sufijo YKU.
* Cuando los pronombres terminan en una consonante se le agrega el sufijo KUNA

MODO NEGATIVO
-Ñuq’a mana kani
-Q’an manan Kanki-chu
-Pay manan kan
-Kay manan kan-chu
-Ñuq’ayku manan Kaniku-chu
-Q’ankun manan Kankichi-chu
-Paykuna maman Kanku-chu
-Kaykuna manan Kanku-chu

Importante:
*Cuando el pronombre termina en consonante el modo negativo es MAMAN, MANA cuando termina en vocal, pero con algunas exepciones. Además al sustantivo se le agrega el sufijo CHU.

Algunos ejemplos
-q'an manan kanki-chu (tu no eres)
-q'an manan kanki q'elqaq-chu (no eres escritor)
-Ñuq’a kani ductur / q'ampiq runa
-ñuq'a manan kani q'ampiq-chu
-paykuna maman kanku ductur-kuna-chu

Manuel Macchiavello

Discurso en el Salon Dorado

Peru llaqta